jueves, 19 de agosto de 2010

IMPORTANCIA








¿Y quién o qué lo determina? ¿Dónde se fijan los parámetros que permiten medir la importancia de las cosas? ¿Sos vos la medida? ¿Soy yo?

Ha de ser que no existen cuantificaciones universales al respecto. Y de allí que uno pueda darse el lujo de ofrecer trascendencia a cuestiones que para otros, quizá para vos, sean carentes de todo valor.

El prestigio de las cosas de la vida, se me ocurre, debe ser el resultado de una serie de decisiones anteriores. Sospecho que el conjunto de nuestras elecciones instauran el relativo valor que ofrecemos a cada una de las circunstancias, y a cada uno de los hechos, y a cada una de las personas, que nos obligan o inspiran alguna sentencia. Como me han sabido enseñar alguna vez, “cada vez que uno elige pierde algo”. Y es que en la elección se nos presenta la inevitable tarea de sentar posiciones, de aplicar categorías. Cuando elegimos aquello lo hacemos en detrimento de esto otro, y así sentenciamos que una de esas opciones quede relegada, que pierda trascendencia, que se desconfíe de su prestigio.

Y ante la querella de esta reflexión, se nos puede suponer insoportable incertidumbre la de querer saber si aquello que dejamos a un costado no era realmente más importante que aquello que elegimos. Sin embargo, jamás puede ser así si lo que sospechamos más arriba es correcto. Pues siempre hemos de preferir según nuestro baremo trascendental; y esa determinación, mal que nos pese algunas veces, nos describe y nos define. Me gusta decir que la vida es elección, lo repito constantemente como si supiera fielmente lo que ello significa. Y es que hace rato he decidido creer que son las elecciones que hago las que ponen los límites de quién soy y de quién dejo de ser.



La mayor tragedia de esto no es que haya decidido sumergirme en dilaciones que no resulten más que en paradojales cuestiones. El mayor infortunio resulta de que, en el sentido que venimos siguiendo, cada quien encontrará trascendencia para su vida en diversas formas. Me dirás, lector incauto, que la diversidad debe ser celebrada y acepto el convite al festejo. Pero permíteme una angustia involuntaria por todos los amores que han decidido bifurcaciones tan alejadas de las mías. Porque es verdad, “cada vez que uno elige pierde algo”; y a veces nos toca o decidimos optar por valores que nos ponen en distancia con el otro. Existen elecciones que al definirnos determinan nuestros propios términos, pero también las limitaciones que otros tendrán para permear nuestro espíritu y conmovernos. Y bien sabés que si no lográs atravesar esas barreras y conmoverme, el contacto no es más que un alejamiento. Dame permiso a esta profunda tristeza de saber que existe la oportunidad de que mis importantes no sólo sean distintos a los tuyos, sino que aún pueden ser totalmente opuestos.



Son tus elecciones las que te definen. Son tus importantes los que me hacen elegirte, pero también son ellos los que pueden alejarme.


Son mis elecciones las que me definen. Son mis importantes los que a veces me hacen sentir tamaña soledad.




Y pensar que has elegido dar importancia a estas líneas y tomarte el tiempo de leerlas… ¿Qué cosas importantes habrás perdido en el camino de esta lectura?

sábado, 14 de agosto de 2010

De nuevo estoy de vuelta después de larga ausencia…

Hoy, después de tanta ausencia, he decidido volver a publicar algo en este espacio. Podría decir que me he obligado a hacerlo. Y como no he sabido escribir nada que valga la pena ser publicado, me tomaré la licencia de compartir dos anécdotas vividas con mis alumnos. Ya que yo no encuentro palabras, usaré las de quienes siempre tienen algo inteligente para decir.


La primera tuvo lugar después de un trabajo con una historieta de Quino acerca de la televisión.


Después de trabajar muy fructíferamente el tema. Uno de mis pibes me preguntó qué cosas miraba en al tele. Le respondí sinceramente que no veía mucha televisión, pero que cuando lo hacía me enganchaba con programas políticos, algún que otro noticiero, a lo sumo alguna película y casi ninguna serie en canales de cable. Extrañado, otro alumno me cuestionó acerca de las actividades en las que incursionaba para divertirme y respondí que me gustaba leer, también es cuchar música –claro que advertí mi preferencia por música que dejara algún mensaje, alguna idea- y…
Para este momento toda la clase se había puesto a increparme y yo respondía. No recuerdo que otra cosa más habré mencionado, seguramente mi pasión por los paseos. Hasta que una de las chicas, Candela, me preguntó;
- ¿Y a la PLAY no jugás?
- No tengo PLAY- respondí.
- Pero, ¿y a la COMPU? Porque COMPU tenés, muchas tareas las hacés con la COMPU...
- Bueno, sí, con la compu juego –recordé y respondí- hay unos juegos en línea de Hotmail y me engancho con unos que hay que armar palabras en poco tiempo y…
- Pero profe vos estás todo el día pensando, no descansás nunca… -me interrumpió y me dejó pensando.



Si esta fue un tremendo cachetazo a la conciencia, la segunda fue una caricia al alma. Sobre la segunda anécdota pensé primero –de puro narcisista- y fue por ello que elegí la imagen de Libertad que está a la izquierda para redecorar el Blog.

Habíamos terminado de repasar el tema que evaluaríamos en nuestro próximo encuentro, pero a la clase le quedaban aún unos minutos. No quise empezar con nada nuevo ni hablar de nada que tenga que ver con el curso o la escuela para no alterar lo recordado hasta aquí. Entonces invité a los chicos a una siesta comunitaria. Después las risas y chanzas, todos seguíamos en iguales posiciones. Por ello, decidí tomar la vanguardia y acomodé mi cabeza entre mis cruzados brazos sobre el escritorio, aunque sin dejar de mirarlos.
- Conversemos, hasta que nos venga el sueño – dije, y muchos imitaron mi postura.
Así, en una maravillosa calma comenzamos a charlar vaya a saber uno de qué. Hasta que entonces Julián dijo una pavada -nunca pude recordar qué, y ellos tampoco-. Yo, lejos de poder y querer erigirme como autoridad, me reí. Mi risa funcionó como un permiso para que otros hagan justicia con la pavada del primero y su propio deseo, y dejaran escapar las carcajadas. Muchos se tentaron y las risas seguían evadiendo los tabiques morales de cada quien. Yo mismo empecé a tentarme y terminé por ser uno de los que más fuertemente se reía. A estas alturas el salón era una carcajada. Hasta que una nena desde el fondo me mira y me dice:
- Claro… -como anticipando que estaba respondiéndose a una pregunta que yo no conocía- vos te reís…
Su intervención me cortó la risa y la increpé:
- ¿Qué?
- No, nada, profe, disculpá –se asustó ella.
- Dale, decime, no es que me enojé ni nada, es que no entendí.
- Eso, que vos te reís. ¿No viste que los profesores nunca se ríen?
Y si, como adivinarán aquellos que me conocen bien, casi me pongo a llorar. No estoy seguro de que ella sepa lo importante que fue para mí que dijera tal cosa, que me distinguiera del resto de esta manera, que resaltara así el hecho de que yo ande desentonando con el mundo. Se ve que hacía rato andaba su inconsciente preguntando acerca de por qué le parecía que el profe de sociales era distinto; y la respuesta se le escapó como se nos venían escapando las carcajadas.


Claro que tengo problemas. Seguro que el mundo me resulta tremendamente triste, ¿cómo no va a ser triste un mundo que no le sonríe a sus pibes? Pero a mi la vida me regala estas experiencias… ¿Cómo hago para dejar de reírme, para dejar de cantar, para no seguir silbando…?



Dedicado con tremendo cariño a María Pía,
las más vieja de mis amigas y una de mis amigas más vieja.
Un mail suyo me recordó esta última anécdota y me despertó las ganas de contarla.
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